jueves, 26 de noviembre de 2009

La mansión de Flores

Hay ciudades que sorprenden por su belleza y otras por su misterio. Sólo unas pocas lo logran por su magia. Buenos Aires nos seduce por todo eso y algunas cosas más. Calle a calle y a la vuelta de cualquier esquina, un fragmento de su historia nos invita a detener nuestra marcha para perdernos en algún rincón olvidado de la ciudad.

Tal el caso de la Mansión de Flores.

Por Alejandra Lagomarsino *

Para quienes a diario transitamos por el barrio de Flores, no deja de resultar enigmática una construcción nacida en los inicios del siglo XX. En ese lugar, junto a edificios de estructura muy actual y casas particulares que revelan el pasado señorío del barrio, se alza esta particular edificación, ubicada sobre la calle Yerbal, entre Gavilán y Caracas, con sus fondos recostados contra las vías del ferrocarril y cuyo estilo nos remonta casi sin querer a otros tiempos, probablemente en otro lugar.

Los propietarios de las tierras y un poco de historia

Desde los comienzos de nuestra historia, Flores ha tenido un papel preponderante en cuanto acontecimiento social o político ocurriese en Buenos Aires. Ya fuera a comienzos del siglo XIX, cuando bajo la forma de un incipiente pueblo aledaño era parador de carretas entre esta ciudad y Luján y el sitio elegido por los porteños para el descanso veraniego, o bien desde 1887 como barrio, al establecerse los nuevos límites de la Capital Federal.

Pero mientras no era más que una zona de quintas en la provincia de Buenos Aires propiedad de aristocráticos apellidos porteños, la familia de Inés Indarte de Dorrego tenía allí un vasto solar. Una finca de casi 8 hectáreas de parque arbolado, que su esposo Luis Dorrego le había comprado a Saturnino Unzué en 1827. La familia acostumbraba invitar a sus amistades a pasar allí largas temporadas y una de las principales diversiones era salir a cazar. Pero esta actividad debió ser suspendida en 1873 por imposición de una ordenanza dictada por la Municipalidad de Flores, luego de que uno de esos cazadores hiriera a dos pasajeros que iban a bordo del tren del Oeste que atravesaba la finca desde su inauguración en 1857.

La propiedad, que tenía un trazado bastante regular, estaba delimitada por las que después serían las calles Boyacá, Rivadavia y Gavilán, con una curva a la altura de Yerbal que la hacía ampliarse hasta Caracas. Hacia el norte se extendía hasta pasar la calle Bacacay. Con los años y alguna sucesión mediante, el inmueble fue dividido y repartido entre distintos descendientes. A los borrego‑Miró, rama familiar originada en el casamiento de una hija de doña Inés con Mariano Miró, le correspondió la esquina de Rivadavia y Gavilán. A los Dorrego‑Ortiz Basualdo le fue asignada la manzana ubicada en Rivadavia entre Boyacá y Fray Luis Beltrán, donde construyeron el ‑célebre Palacio Miraflores que se mantuvo en pie hasta bien entrado el siglo XX y que fuera el escenario de importantes acontecimientos para la vida social del barrio.

Pero la zona que nos ocupa en esta investigación es la que se extendía hacia el norte de la finca que atravesaban las vías del ferrocarril. Allí se encontraba la porción que le fuera adjudicada a Luis borrego (hijo), casado con Enriqueta Lezica, y que años después heredarán sus hijas Felicia e Inés borrego y Lezica.

Efectivamente, el 6 de octubre de 1871 se realizó la división de las tierras familiares, asignándose a los herederos de Luis Dorrego e Indarte los lotes números uno y tres de la finca mencionada. El primero "circundado por cuatro calles públicas, compuesto de 108,3 m de frente al Sud, lindando calle en medio con Doña Juliana Ramos y Don José María Peña; en el contrafrente que mira al Norte 102,2 m, lindando calle por donde pasa la vía férrea del Oeste en medio con el lote número 2; en el otro frente o costado Este 43,3 m, lindando calle en medio con el lote 6 y en el último frente o costado Oeste 48,5 m calle en medio con Don Antonio Ramos". Y el lote número tres: "con figura triangular, compuesto de 26,8 m de frente al Este lindando calle en medio con el lote 4, teniendo por el costado Sud 79,9 m lindando calle en medio con el lote 2 y la hipotenusa que cierra el triángulo 83 m, lindando por el Nor Oeste calle pública en medio con los herederos de Pedro Rosas".

Estas dos fracciones fueron adjudicadas a la viuda, Enriqueta Lezica de Dorrego y a sus hijos Luis, Felicia e Inés Dorrego en condominio y en la proporción de una cuarta parte indivisa para cada uno. Unos años después, el 5 de septiembre de 1882, falleció en San José de Flores el nieto del principal propietario, Luis Dorrego (hijo), sin dejar herederos. Pero antes de continuar con los detalles de esta sucesión, es interesante comentar qué pasaba con el entonces pueblo de San José de Flores.

Promediando el siglo XIX, la antigua zona de quintas de verano de familias tradicionales ya se estaba convirtiendo en un área muy poblada. Entonces se hicieron necesarios los loteos de las antiguas y extensas propiedades para dar paso a nuevas manzanas en el pujante partido. Ya en 1857, un informe elevado por la Municipalidad de Flores al Ministro de Gobierno manifestaba que una traba para el progreso era "la falta de vías de comunicación hacia el norte, porque aunque fueron delineadas, no se abrieron las calles volteando cercos y topando zanjas como debió hacerse".

Así fue como, por imperio de la urbanización, las antiguas quintas comenzaron a fragmentarse, no obstante la resistencia de algunos propietarios que pretendían mantener sus amplios solares. La familia Dorrego movió todas sus influencias para impedir que estas medidas progresaran, pues sus ocho hectáreas de parque diseñadas y mantenidas por jardineros franceses iban a ser fraccionadas.

Pero es sabido que nada puede detener la marcha del progreso. Todas las calles nuevas recibieron su nombre en 1870 y cuando se produjo la anexión del pueblo a la Capital se cambió la numeración de Rivadavia para continuar la del Municipio porteño. También se modificaron los nombres que repetían otros de la ciudad.

En muchos casos se produjeron situaciones absurdas, pues la nueva demarcación que seguía el clásico trazado en forma de damero trajo como consecuencia la partición de las antiguas quintas, que debieron redefinir sus límites al ser cortadas por las nuevas calles. Por ese motivo, el 16 de diciembre de 1876 doña Enriqueta Lezica compró en remate público a la testamentaría de Pedro Botet un terreno que había quedado anexado a su propiedad "con la forma de un triángulo, con una extensión de 51,94 m de frente al Oeste lindando, calle de La Paz (hoy Caracas) en medio con otra fracción de esa misma testamentaría, teniendo de fondo al Este. En el costado Sud, 11,95 m. lindando con la calle antes de Buenos Aires (Yerbal) que forma esquina y en el Norte 1.47 m lindando calle sin nombre en medio con la vía del Ferro Carril del Oeste."

Un año después, el 5 de agosto de 1877, ante el escribano público de San José de Flores, Antonino C. Plot, se convino la permuta entre la Municipalidad y Enriqueta Lezica de borrego, por la que ésta cedía la superficie de terreno necesaria para la prolongación de las calles de La Paz y Las Heras (hoy Caracas y Gavilán) "para darles el ancho que determinaba la traza Oficial y plano respectivo". A cambio, ella recibía un terreno de forma irregular que antes de ser aprobada la traza norte del entonces pueblo de San José de Flores correspondía en parte a una antigua calle divisoria entre su propiedad y la de Pedro Rosas y Belgrano que quedaba más al norte. Cabe recordar aquí que este caballero era hijo de Manuel Belgrano y una hermana de Encarnación Ezcurra, esposa de Juan Manuel de Rosas. Fueron estos tíos quienes lo criaron desde que nació y sólo muchos años después anexó el apellido de su padre biológico.

Ocurrido el fallecimiento de Enriqueta de Dorrego, se realizó la sucesión de sus bienes y el 29 de julio de 1914 se designó a sus hijas Felicia e Inés como únicas herederas de su madre y; por ende, condóminas de las propiedades del antiguo pueblo de San José de Flores, convertido desde 1887 en un barrio capitalino. Finalmente el 28 de diciembre de 1916, ante el escribano Felipe Ibáñez, se presentaron Juana 11rancisca Felicia Inés Dorrego y Lezica, casada con Alberto del Solar e Inés Ruperta Dorrego y Lezica, casada con Saturnino Unzué, para realizar la división del condominio que ejercen sobre los bienes situados en la Capital Federal, Parroquia de San José de Flores.

Realizada la división por escritura pública, se adjudicaron las propiedades en la siguiente forma: "Primero: a Da. Felicia Dorrego del Solar la finca situada en la zona Norte de esta Capital, Parroquia de San José de Flores, en la calle Caracas 101 a 151, lindando por el lado Norte con las vías del Ferro Carril del Oeste, por el Sud frente a la calle Yerbal, por el Oeste la calle Caracas y por el Este linda con más terreno de esta sucesión, que se adjudica por la presente división a Da. Inés borrego de Unzué.‑ Segundo: a la Señora Inés borrego de Unzué dos fincas, una en la calle Bacacay 2215, esquina Gavilán, que tiene la forma de un triángulo; y la finca de la calle Gavilán esquina Yerbal que linda por el norte con las vías del Ferro Carril del Oeste, por el Sud con la calle Yerbal, por el Este con la calle Gavilán y por el Oeste con la fracción adjudicada a Da. Felícia."

La nueva realidad que trajo el siglo

El flamante siglo XX se había presentado en Buenos Aires con una característica muy peculiar: el notable incremento de la población producto de las políticas inmigratorias implementadas desde el Gobierno Nacional y la necesidad de darle a la ciudad un nuevo diagrama que acompañara la Capital que soñaba con llegar a ser.

El problema de la vivienda popular, solucionado hasta ese momento mediante las "casas de inquilinato" y los numerosos conventillos, era denunciado desde la última década del siglo anterior por políticos e higienistas. Ello porque la fuerte concentración urbana en algunos barrios céntricos traía aparejada una gran inseguridad sanitaria.

Pero no era sencillo, por otra parte, para la nueva población acceder a un lote propio. Por eso, en 1905 se sancionó la primera ley nacional que regulaba el problema de la vivienda autorizando al Municipio de Buenos Aires a emitir títulos para financiar la construcción de viviendas obreras en terrenos fiscales. Pronto aparecieron también propuestas como las de El Hogar Obrero, cuyo fin estaba ya definido en su nombre, y la ley nacional de casas baratas sancionada en 1917 con el objetivo de construir viviendas dignas de bajo costo.

Fue así como surgieron nuevos conjuntos habitacionales cuya característica principal era el terreno compartido por dos o más viviendas individuales rodeadas de pequeños jardines. Estas construcciones imitaban los modelos que ya se observaban en Europa desde hacía mucho tiempo y que habían sido planificados como barrios obreros y también para la incipiente clase media. En principio, estas viviendas fueron pensadas para los barrios alejados del centro de la ciudad. Para esa época, Flores ya había alcanzado la categoría de barrio capitalino al ser cedido en 1887 por la provincia de Buenos Aires, juntamente con el partido de Belgrano. Y la presencia de importantes medios de locomoción, como el tren desde 1857, la línea de tranvías a caballo a partir de 1871 y el tranvía eléctrico inaugurado en 1897, lo hacían un sitio interesante para la radicación de una pequeña burguesía que lo prefería por su entorno arbolado en contraste con la suciedad y el ajetreo del centro.

El aporte de la Unión Popular Católica Argentina

A la luz de estas nuevas corrientes urbanísticas que aparecían en Buenos Aires, la Unión Popular Católica Argentina organizó en 1921 in concurso para la construcción de una casa de departamentos en Flores. La iniciativa le cupo a su Asesor General, monseñor Miguel de Andrea. La junta Nacional de la UPCA estaba presidida por Horacio Beccar Varela e integrada por Francisco Sagasti, Enrique Udaondo, Rómulo Amadeo y Santiago O´Farrell, entre otras personalidades de la época. La propuesta del arquitecto Fermín Bereterbide, presentada bajo el lema "luz y aire", resultó la ganadora. Pero aún faltaban los terrenos donde se concretaría la edificación. Fue así que, con fecha 20 de agosto de ese mismo año, el presidente antes mencionado adquirió a Felicia borrego la propiedad que ésta poseía en Flores, en la calle Caracas entre las vías del Ferrocarril del Oeste y Yerbal. Dos años después, concretamente el 28 de agosto de 1923, su hermana Inés hizo donación gratuita de una fracción que completó el solar sobre el que se construiría el complejo de viviendas.

Así fue como, entre las calles Gavilán, Yerbal, Caracas y las vías del ferrocarril, comenzó la construcción de este conjunto de viviendas. Ello fue posible gracias a los fondos obtenidos mediante una Gran Colecta Nacional realizada entre las familias de mayores recursos del país. En el acto inaugural, tal como se puede leer en la noticia aparecida en la popular "Caras y Caretas" del 12 de enero de 1924, se hicieron presentes el Presidente de la Nación Dr. Marcelo Torcuato de Alvear y su esposa Regina Pacini, quienes actuaron como padrinos. También acudieron el obispo de Tucumán, monseñor Bernabé Piedrabuena, y distinguidas familias de Buenos Aires. Este dato nos da una idea de la importancia que en ese momento revistió este emprendimiento.

Unos años después, el 13 de febrero de 1931, la Unión Popular Católica Argentina reformó sus estatutos y pasó a denominarse "Acción Católica Argentina". Con este nombre continuó administrando las propiedades. Contrariamente a lo que se dijo en alguna oportunidad, la Mansión no fue pensada para los inmigrantes; sólo las familias con recursos podían rentar los departamentos, que tenían un alquiler bastante alto para la época.

A fines de la década del '50 se dio a los inquilinos la opción de compra y a partir de allí muchos se convirtieron en propietarios.

La Mansión de Flores

Este conjunto de departamentos, llamado en realidad "Mansión Dr. Abel Bazán" en homenaje a este riojano, obispo de Paraná doctorado en filosofía en Roma, nació para ser una vivienda de carácter social, distinta a las propuestas individuales que presentaban el Barrio Cafferata o el Barrio Monseñor Espinosa. En la Mansión se diferenció la vivienda particular de las áreas comunes, como el acceso y los jardines. De esta forma se rompió con el clásico loteo, porque el edificio tomó la línea municipal en sus tres bordes conformando un gran bloque perimetral hacia la calle y proponiendo para el centro de la manzana un espacio de uso colectivo, en lugar de los fondos fragmentados de uso privado.

La edificación posee 86 departamentos de 3, 4 y 5 ambientes distribuidos en cinco cuerpos. Cada uno de los cuerpos alcanza los 17 metros de altura y está compuesto por planta baja y tres pisos que culminan con un tejado. Estos bloques están formados por un basamento de ladrillos hasta los 3,50 m sobre los que se disponen los tres pisos superiores. Cuatro patios internos abiertos hacia las vías y enmarcados en el final por una pérgola constituyen una tenaz invitación al encuentro.

Al trasponer las rejas de ingreso fabricadas en hierro forjado, se accede a los jardines en donde es posible contemplar añosos plátanos, gomeros, palmeras y tipas, especies de una flora muy cercana a nosotros que ofrecen un maravilloso contraste con el estilo europeo del edificio. Quienes allí vivieron en los primeros años recuerdan aún hoy las fuentes pobladas de peces y el clima de suave remanso que ofrecían estos jardines. Ese lugar, pensado para el uso comunitario, permitía recrear las actividades y costumbres que se desarrollaban en la vereda y ofrecía al exterior "la armonía de conjunto de sus masas edificadas", tal como lo expresara el mismo Bereterbide. Los portones, ideados originariamente para el paso de los autos, resultaron angostos en la práctica y por eso, sólo se abrían para las ambulancias o algún cortejo fúnebre.

La sensación que se percibe al ingresar al edificio es que Bereterbide habría invertido las nociones tradicionales imperantes en la arquitectura, dando vuelta la construcción corno quien da vuelta una prenda, poniendo al derecho lo que antiguamente estaba del revés.

El edificio encontró su fuente de inspiración en las viviendas construidas en París alrededor de 1910, que presentaban una estructura de bloques urbanos con distintas combinaciones de amplios patios comunes en su interior. Esta tipología heredada de antiguos palacios fue adaptada por Bereterbide a la vida barrial porteña.

Sobre Yerbal se construyeron locales para albergar los servicios que requerirían los numerosos habitantes: panadería, carnicería, lechería y almacén. También en la planta baja funcionó durante mucho tiempo un auditorio con un amplio escenario y butacas de madera con acceso desde uno de los patios para uso de quienes vivían en el complejo. Este dato resulta por demás singular, dado que es el único edificio de departamentos de Buenos Aires que contó con una instalación cinematográfica. Sin embargo, debemos apuntar que los habitantes más antiguos dicen que jamás presenciaron allí proyección alguna. Años después, este sitio fue clausurado para dar lugar a locales comerciales y privados.

La Mansión posee un sótano en el que vivieron cuatro inmigrantes italianos que habían trabajado como peones en la construcción y luego quedaron encargados del mantenimiento de los patios. También vivió allí Eugenio Sassone, encargado del mantenimiento general del edificio que contaba en uno de los patios con una pequeña habitación para guardar sus herramientas.

En la época en que se inauguró el edificio, no era común poseer líneas telefónicas particulares. Entonces se habilitó un pequeño cuarto cerca de una de las puertas de ingreso con un teléfono para uso general. Y es que la realidad del barrio era muy distinta a como la podemos imaginar hoy. "Todo Flores estaba formado por hermosos casonas, rodeadas por enormes jardines.

“Muchas calles eran de tierra, yo todavía recuerdo al lechero del barrio, arriando las vacas por Caracas para cruzar la vía", rememora uno de los más antiguos habitantes de la Mansión.

Pocos años después de su construcción, la Municipalidad llamó a un nuevo concurso de viviendas y Bereterbide ganó tres de ellos con propuestas de igual tenor arquitectónico. Sin embargo, sólo se concretó uno: el barrio "Los Andes" en Chacarita.

Los vecinos de Flores suelen mencionar que en la Mansión vivió por un corto tiempo el escritor Roberto Arlt junto con sus padres, Karl Arlt y Ekatherine Lobstraibitzer. Pero no existe certeza de ello. Lo que sí es posible saber es que vivieron la nieta de Guido Spano, las señoritas Sotocalvo (tías de Rafael Obligado), la señora de Bascari, esposa del embajador del Uruguay en la década del '40, como así también el escritor Miguel A. Camino y Rogelio Bazán, reconocido abogado y poeta.

El 28 de abril de 1988, el edificio fue distinguido como "Testimonio Vivo de la Memoria Ciudadana" por el Museo de la Ciudad en virtud de haber preservado su carácter y decoración originales.

El siglo XXI en Flores

Esta interesante construcción se encuentra comprendida dentro del Área de Protección Histórica del barrio de Flores (AH 15), que incluye otras 30 edificaciones significativas y fue aprobada el 6 de agosto de 2000 por la Legislatura porteña.

Por su parte, la Secretaría de Planeamiento Urbano del Gobierno de la Ciudad ha catalogado dicha protección como "estructural", impidiendo cualquier modificación que se intente en el edificio. Esta decisión está basada en su importante valor urbanístico, arquitectónico y simbólico, sumado a la singularidad de su diseño y consignando como un elemento de especial valor e interés la relación espacial entre ámbitos públicos y privados.

Podríamos concluir este trabajo con las palabras del propio arquitecto Fermín Bereterbide, quien opinaba que no debía existir en las construcciones ninguna diferenciación entre la fachada y la contrafachada: "Las ciudades cuentan estéticamente no por lo que se encuentra dentro de la manzana, sino por lo que se halla fuera de la fachada; no dependen tampoco de éstas así sean singularmente hermosas, sino y sólo de sus vías públicas en su sentido espacial, de las cuales las fachadas en conjunto sólo actúan como un marco que les da forma". Este pensamiento guió su trabajo y nos legó una de las más bellas y novedosas expresiones edilicias de la ciudad que podemos disfrutar mientras caminamos por Flores.

Han pasado casi 80 años de la construcción de este edificio. Hoy podemos ver cómo el urbanismo retomó su línea de pensamiento creando conjuntos habitacionales que privilegian los espacios comunes y llevan fragmentos de la vida exterior al interior de los edificios. De esta forma se intenta estrechar los lazos entre los vecinos y promover la contención social.

Fuentes principales: CUNIETTI‑FERRANDO, Arnaldo J., "San José de Flores", Honorable Concejo Deliberante, Buenos Aires, 1997. ASLAN, L., JOSELEVICH, L, NOVOA, G., SAIEGH, D., SANTALÓ,A., "Buenos Aires, Flores 1880‑1960", Inventario de Patrimonio Urbano, Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Buenos Aires, 1988 . Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Secretaría de Planeamiento Urbano. Revista "CARAS Y CARETAS", números varios, Buenos Aires. Testimonios y aportes de los vecinos de la Mansión de Flores.

* La autora es investigadora de la historia porteña. Este artículo fue publicado en “Historias de la Ciudad – Una Revista de Buenos Aires” (N° 11, Septiembre de 2001), que autorizó su reproducción a la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires.